Jeff miraba impresionado el regalo que le acaba de hacer su esposa. Nunca hubiera esperado que Marjorie le regalara el que siempre había sido el coche de sus sueños (un Impala) y menos en el día de su aniversario. Ya llevaban doce años casados y desde el primer aniversario de su boda siempre habían tenido el mismo ritual para celebrarlo: el día empezaba cuando ambos llamaban a sus respectivos trabajos diciendo que ese día estaban enfermos, para así poder pasar el día juntos; caminaban por central park, iban a una pequeña librería en el SOHO, donde cada uno le compraba un libro al otro; iban a comer a un pequeño restaurante italiano y luego alquilaban una suite en el Hotel Plaza donde daban rienda a sus deseos más oscuros. Desde hacía algunos años Jeff y Marjorie habían decidido que en esas jornadas de lujuria en el Plaza se podían pedir el uno al otro que realizaran sus fantasías sexuales más perversas, el otro aceptaría y nunca más volverían a hablar de ello. Allí había sido donde Marjorie se había disfrazado de colegiala con falda a cuadros; o donde Jeff se había dejado azotar con un látigo de cuero. Este año Jeff tenía preparado una vestimenta de monja para su esposa que implicaba entre otras cosas un capirote. Pero aún faltaban algunas horas para hablar del capirote. Acababan de volver de la librería, y al llegar a su calle Jeff vio un Impala del 67, como el que siempre había querido conducir cuando iba al instituto, con un enorme lazo rojo. Había sido aparcado en la puerta de su casa y al ver la reacción de su marido, Marjorie no había podido resistirse más y le había dado las llaves. Jeff no se lo podía creer. Se pasó la siguiente hora sentado al volante dando vueltas a la manzana mientras no podía dejar de agradecer a su esposa el regalo sorpresa que ésta le había dado. El siguiente paso de su ritual era la comida en el italiano; pero antes de eso Jeff quiso estrenar el Impala por dentro, teniendo sexo en él; y pese a que eso le supuso una rampa en una de sus piernas, Jeff no podía estar más contento. Adoraba a su mujer desde hacía mucho tiempo y esa muestra de amor por parte de ella lo había dejado sin palabras. De camino al italiano Jeff y Marjorie fueron cogidos de la mano por la calle y al llegar al mismo, donde les habían reservado su mesa de siempre, Jeff apartó la silla de la mesa y ayudó a su esposa a sentarse; se sentía todo un caballero.
Marjorie pidió lo mismo que pedía cada año; ñoquis rellenos de carne de jabalí con salsa de nueces (aunque el nombre que le daban en ese restaurante era uno mucho más pedante; nouvelle coisine y eso…) mientras que Jeff pidió lasaña rellena de foie de pato y gambas (una especie de lasaña de mar y montaña). La comida iba muy bien; por primera vez en bastante tiempo volvió a salir el tema de los hijos, y por primera vez Jeff no se estresó e intentó cambiar de tema. No era nada habitual. Marjorie se disculpó para ir al baño y su marido siguió con la mirada el recorrido de ésta hasta el servicio con una sonrisa de orgullo en su cara. No solo la quería; si no que era con diferencia la mujer más bonita del local. Jeff bebió un poco de agua mientras miraba a una pareja con hijos que había a un par de mesas de él. Sonó el móvil de Marjorie, era un mensaje, Jeff sin pararse a pensar en lo que hacía, y como si fuera un acto reflejo, lo cogió y lo leyó. El mensaje decía: “Espero que a tu marido le haya gustado el Impala; ¿te parece bien si quedamos mañana? Trae la lencería que te compré”. El mensaje era de parte de un tal Lewis. Lewis… Lewis… de donde le sonaba ese nombre, era alguien que conocía. Jeff no podía dejar de pensar a quien conocía que se llamara así. Y de repente se acordó. Lewis era un tipo que trabajaba en la empresa de Marjorie, un tipo del que su mujer siempre había hablado despectivamente, un tipo al que habían estado a punto de echar del trabajo varias veces, una de ellas por acoso sexual y otra por que lo acusaron de que era un cleptómano y robaba cosas de sus compañeros de oficina. Un tipo despreciable que tenía un Impala del 67. En ese momento Jeff se planteó si quizás su nuevo regalo había sido antes propiedad de Lewis. No solo se había estado follando a su mujer si no que había mancillado el otro objeto más preciado para él. En ese momento Marjorie volvió a sentarse a la mesa. Pasó por detrás de Jeff antes de llegar a la misma le abrazó desde atrás y le dio un beso en la mejilla. Jeff seguía petrificado y esperó a que su esposa se sentara a la mesa antes de preguntarle. No dijo nada, simplemente le alargó el móvil para que ella viera el mensaje; no hizo falta nada más. Al leer el mensaje, cambió la expresión de la cara de su esposa; pasó de una genuina sonrisa a una terrible mueca, una cara de pena e incluso de vergüenza y antes de que ella pudiera decir nada Jeff se levantó y se fue de allí. No quería verla nunca más. La dama que había sido hasta hacía cinco minutos la reina de su corazón, por la que sentía una total devoción, acababa de convertirse en la duquesa del infierno en el mundo de Jeff. Empezó a caminar sin un rumbo fijo mientras intentaba entender como había podido pasar todo aquello; no comprendía como su esposa había podido hacer aquello, y aunque quizá no estuvieran pasando por su mejor momento, aquella traición (Impala incluido) le parecía desmesurada. Jeff llegó caminando hasta su casa, y vio de nuevo el Impala. Por un momento pensó en destrozarlo para canalizar así su rabia, pero realmente el coche no tenía ninguna culpa de nada. Entró en casa, cogió una bufanda y siguió su camino. Hizo algo que había hecho algún tiempo atrás; ir a la sala de recién nacidos del hospital más cercano y quedarse mirando a esos pequeños mientras dormían. Por extraño que parezca; allí Jeff podía pensar con más claridad. Estuvo pensando en como conoció a Marjorie, y como fue ella quien se acercó para hablar con él. También estuvo pensando como le pidió la mano ya hace algunos años; fue en el mismo restaurante italiano en el que hoy todo había acabado, y también rememoró lo nervioso que estaba ese día. Había nuevos padres mirando a los recién nacidos, señalando cual era el suyo a sus parientes más cercanos. Jeff también pensó como él tampoco había sido siempre un santo, como durante los dos primeros años de casados tuvo un problema con el juego; incluido aquel verano que no pudieron irse a los Hamptons por que Jeff perdió todo el dinero del depósito después que Michael Jordan metiera el tiro decisivo en el sexto partido de las finales contra los Jazz. Como su esposa nunca se quejó por ese error que les costó estar durante un caluroso verano en la ciudad y como ésta le ayudó a dejarlo. Después de un par de horas allí, Jeff se levantó y se fue, todavía sin un rumbo fijo. Su móvil no dejaba de recibir llamadas de Marjorie, que quería hablar con su esposo el día de su duodécimo aniversario. Jeff no respondió a ninguna de esas llamadas y siguió caminando ensimismado. Caminando caminando acabó sin darse cuenta en el parque, donde unas cuantas horas antes había estado con su mujer. Las circunstancias habían cambiado mucho en esas pocas horas pero el lugar era el mismo. Vio a una pareja sentada en la hierba ella con la cabeza apoyada en el estómago de él, mientras éste le acariciaba el pelo y ambos miraban hacia el cielo. Un tiempo atrás el también había pasado horas en situaciones similares con Marjorie, compartiendo las horas y el silencio el uno con el otro. Y hoy se había vuelto a sentir así durante gran parte de la velada, hasta el fatídico incidente del móvil. Y quería seguir sintiéndose así. Jeff dio media vuelta y se dirigió hacia el hotel Plaza. Aún tenían la habitación reservada durante unas horas, pensó que todo lo que había descubierto en las últimas horas; como su mujer le engañaba, podría ser desplazado hacía las horas del Plaza y no volver a hablar jamás de ello, como hacían con las diabluras que acometían en esa habitación. Quizá el vestido de monja y el capirote aún podían ser útiles. Jeff se fue directo al hotel, dispuesto a esperarla allí; confiaba en que ella realizaría el mismo acto, ya que formaba parte de su ritual anual. Entró al hall del hotel y pidió la llave de su habitación. El recepcionista le comunicó que no le podía dar la llave, ya que la tenía su esposa; que se encontraba en la habitación. Jeff cogió el ascensor más cercano marcó el séptimo piso y esperó ansioso a que éste ascendiera todos esos pisos. Al llegar al piso en cuestión y justo cuando empezaban a abrirse las puertas metálicas Jeff salió disparado camino de la habitación 731. En su cara había una enorme sonrisa y corría a una velocidad que le recordó por que debía dejar el tabaco y volver a ponerse en forma. Llegó a la puerta y empezó a picar a la puerta enérgicamente. Estaba sin aliento y cerca de desfallecer pero no le importaba. Marjorie abrió la puerta y al ver que era su marido se alegró enormemente. Antes de que ninguno de los dos pudiese decir nada se abrazaron. Un abrazo que duró varios segundos y en los que ambos estuvieron en silencio, solo se oía la respiración entrecortada de Jeff que poco a poco se parecía cada vez más a su respiración normal. Aquel momento se pareció a los silencios que habían compartido años antes, y Jeff se dio cuenta de que se las arreglarían.